La capital más occidental de Europa. La patria en la que el Desasosiego se volvió exquisito. El domicilio habitual de los tranvías. La ciudad donde las cuestas no sirven para bajar o subir. Tan imprescindibles, tan incómodas y tan inútiles como cualquier otra forma de arte. El lugar en el que terminaba el mundo conocido; el comienzo de lo que aún queda por descubrir. El territorio ideal para el exilio. El final de todos mis finales. El principio de todos mis principios. Esencia de la esencia, donde el agua no es dulce ni salada, agua sin más. Fado, alcohol suave y noche larga. Cicatrices de fatales seísmos. La tierra desde la que, algún día, si la vida lo permite, desembocaré para siempre en el océano. Como el río junto al que nací.
