El cabo del viento

Todo se mantenía tal como él lo evocaba. Las olas valientes sin miedo a romperse. Las rocas que agonizaban a cada impulso del océano. Miles de ucanias tomentosas, emigradas en su día desde el Perú, en testimonio de que la vida existe; la única flora posible en un lugar tan inhóspito. A los recuerdos amables, se sumaban la nostalgia infinita de lo que nunca sucedió, las cicatrices más próximas reblandecidas por el efecto de la humedad, y la búsqueda de razones para que la razón se mantuviera en calma. Parecía apaciguarlo la memoria difusa de alguna caricia antigua; del sexo temerario de juventud, alumbrado por la luna, en un espacio clandestino para las estúpidas leyes humanas. El puto Estado que, por el mero gusto de prohibir, es capaz de vedar el amor. Sobre el horizonte azul, la esperanza de que los componentes acertasen de una vez con su postura primitiva y desbloquearan así los accesos a su personal palacio de los Nobile. Una maldita metáfora fruto de su inquietud vitalicia por El Ángel Exterminador.

Ni siquiera el estruendo de la civilización lograba silenciar el rugido del viento del norte y la voz de unos acantilados que invitaban a convertirse en nada. «¿Qué hostias pintan centenas de motos en el punto exacto donde la tierra termina? ¿Por qué los turistas agreden con sus móviles a una naturaleza que no nació para morir prisionera en Instagram? ¿Por qué, como los cazadores, prefieren asesinar el instante en vez de gozarlo? ¿Qué hace toda esta gente manchando un lugar que por derecho me pertenece?», pensaba aquel tipo al asomarse al abismo.  

Sonrió al coincidir con una prímula florecida en pleno otoño. Una rareza consoladora. Pese a la duda acerca de si esos pétalos correspondían a la primavera pasada o a la venidera, al menos, ya no era el único fuera de época en aquel entorno. Fue justo en ese momento cuando una garganta amiga le recordó la conveniencia de volver. La atendió con resignación educada, pero ¿volver adónde si no partió de ningún sitio? ¿Volver para qué si se agotaron las causas? «Volver ―se contestó― para volver sin ropa, desnudo también de esperanza y, entonces sí, imitar sobre el precipicio la taumaturgia del vuelo de las aves atlánticas».

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