Se presentó sin causa
sin advertencia
otra vez de repente.
Como aparecen en la prensa las grandes noticias.
Las buenas y las malas.
Entró quizá por la chimenea del salón
en un amanecer frío acompañado de nieve.
O a los brazos de ese sol de invierno
que abrasa mientras simula una caricia.
O en una tarde de primavera —húmeda—
en forma de gota de agua que reposa plácida en el cristal
porque en algún lugar habría de concluir sus horas.
O tal vez accedió por la ventana abierta
al bochorno de una noche veraniega:
charla cálida
horchata y terraza.
Aunque todo permanezca inalterable
todo cambia.
Todo regresa a su estado original.
Mi escondite de la infancia.
Mi incurable soledad.
Mi sueño recurrente. Mi trapo y mi vara
predilectos juguetes de la niñez.
Mi orden desordenado. Mi anarquía jerárquica.
Mis anhelos. Mis causas sin causa
perdidas o ganadas. Mi personal
rito de la confusión. Mi trabajo.
Nada.
Mi tiempo muerto a la espera de una combinación
ocurrente que equilibre una contienda desigual.
Otra. Una más para el álbum de las fotos olvidadas.
Mi terror al reloj. Mi paz herida por correos electrónicos
o mensajes de guasap de los que nunca descansan.
Mi inspiración frenada. Mi comuna felina. Mi vida.
Mi destino. Mi aburrimiento en los días felices.
Mis razones sin razón. Mi pasado. Mi presente.
Mi definitiva ausencia de esperanza. Mi pánico
a defraudar. Mi desprecio hacia las masas. Mi génesis.
Mi apocalipsis. Mi enfermedad. Mis adicciones.
Mi raza. Mi dolor. Mi éxito fallido. Mi fracaso triunfal
cuando ya nadie lo esperaba. Mis pasiones. Mis huidas.
Mis errores repetidos. Mis eternas tareas pendientes.
Mi desdén hacia la historia. Mi nostalgia de lo que nunca fue.
Mi muerte que no se decide. Mi caos mi refugio mi yo.
Nada.
Absolutamente nada.

Y sin embargo, es toda una sonrisa que se dibuja emocionada cuando, al abrir el ordenador al final de un día de lluvia, vuelvo a leerte.
Un beso Rafa.
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Con retraso. Con mucho retraso, como voy en casi todo, gracias.
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